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Este lunes,
formalmente, se da inicio curso escolar en España, año académico en otras
latitudes. Junto a los retos y dilemas sociales con que nace este curso,
existen también una serie de expectativas educativas y metas docentes que, apoyadas
en la evaluación de curso anterior y en el estival descanso, claro está, nos
plantemos con más nitidez. Para empezar el curso recupero este post que escribí hace un tiempo
en “4
lápices” como una ayuda-memoria sobre
qué hacer con el tiempo en clase. ¡Buen camino!
¿Cómo serías capaz de perder el tiempo con tus alumnos?
Normalmente, este espacio está dedicado a la reflexión pedagógica sobre la virtualidad. Sin embargo, este sesgo no me exime de perder de vista la educación desde sus distintas percepciones, implicaciones y dimensiones. Es más, creo que tratar lo tecnológico obliga a entender distintas disciplinas, desarrollos e ideas sobre lo educativo, lo sustancial. La posibilidad de entender lo tecnológico separado del entramado social y cultural donde se emplea es simplemente inexistente. Por ello, aquí me centraré en una idea que me ha cautivado y que está antes –o detrás- de cualquier desarrollo educativo con, o sin, TIC.
Repasando la prensa pude encontrar un artículo que mostraba las delicias de aprender y trabajar en un entorno altamente estimulante como es Boston, el otro Silicon Valley. En el artículo, se describía la forma en que trabajan los equipos de investigación, la dinámica de la ciudad universitaria y, esto es lo que me llamó más la atención, la forma en que se busca contratar –aún- a jóvenes talentos para las empresas punteras que allí existen.
Los que contratan nuevo personal, se dice en el reportaje periodístico, no recurren al consabido currículum vítae o a las cartas de recomendación, sino que más bien echan mano de otras fórmulas más simples y certeras, como una serie de avisos en el metro de la ciudad que dicen:
Si eres capaz de resolver esta ecuación, llámanos”, dice un cartel que muestra una fórmula infinita y de resolución imposible para buena parte del género humano. “Si puedes mejorar esta línea de código, llámanos. Te contratamos”, reza otro. En ambos se dejan los números de teléfono sin más protocolo ni misterio.
Inducido por
la dinámica que respira ese paisaje en Boston, me puse a pensar, entonces, en
cómo contrataría -hipotético caso- a un profesor para una escuela, sobre todo,
qué habilidad concreta le solicitaría o me gustaría observar en él. “Perder el
tiempo”, me dije, sería una habilidad docente interesante de conocer. “¿Cómo
serías capaz de perder el tiempo con sus alumnos?” sería la pregunta a la que
podría recurrir –y que dada la emoción del hallazgo puse en Twitter-
para descubrir el talento docente. Perder el tiempo para muchos docentes es no
dar clases, pero en este caso “perder el tiempo” es otra cosa.
Esta idea no es gratuita y se deriva de un post que vi hace tiempo, que me llamo poderosamente la atención, y que es simplemente redondo, como un pan: “¡pierde tiempo maestro/a!”. “Perder el tiempo” para… escuchar, conversar, respetar, compartir, darte tiempo o crecer con los alumnos, son las habilidades que se rescatan en esta forma de ver la acción docente, poco ortodoxa para el aula, pero tan fundamental como ignorada en nuestro día a día escolar.
¿A qué remite todo esto? Simplemente a recuperar la idea de que para aprender es preciso querer aprender y que “el binomio emoción-cognición es un binomio indisoluble” (Para ampliar). Ya sea sin o con TIC el aprendizaje tiene un motor, lo emocional, que no es un elemento accesorio del aprendizaje, es su fuerza, el impulso que –aunque parezca incierto en las aulas- tiene un papel desencadenante. Por ello, si “perder el tiempo” de esa forma tan educativa implica aprender, entonces estimado maestro, ¿cómo serías capaz de perder el tiempo con sus alumnos?
Para ampliar:
Neuroeducación. Francisco Mora explica loscomplejos mecanismos de aprendizaje del cerebro.
Esta idea no es gratuita y se deriva de un post que vi hace tiempo, que me llamo poderosamente la atención, y que es simplemente redondo, como un pan: “¡pierde tiempo maestro/a!”. “Perder el tiempo” para… escuchar, conversar, respetar, compartir, darte tiempo o crecer con los alumnos, son las habilidades que se rescatan en esta forma de ver la acción docente, poco ortodoxa para el aula, pero tan fundamental como ignorada en nuestro día a día escolar.
¿A qué remite todo esto? Simplemente a recuperar la idea de que para aprender es preciso querer aprender y que “el binomio emoción-cognición es un binomio indisoluble” (Para ampliar). Ya sea sin o con TIC el aprendizaje tiene un motor, lo emocional, que no es un elemento accesorio del aprendizaje, es su fuerza, el impulso que –aunque parezca incierto en las aulas- tiene un papel desencadenante. Por ello, si “perder el tiempo” de esa forma tan educativa implica aprender, entonces estimado maestro, ¿cómo serías capaz de perder el tiempo con sus alumnos?
Para ampliar:
Neuroeducación. Francisco Mora explica loscomplejos mecanismos de aprendizaje del cerebro.
Cristóbal Suárez Guerrero (Universitat de València)
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