4 de mayo de 2011

Una revelación cooperativa

Llantoycuay, sombracuay
Mamaicuna, taytaicuna
Huasiyta ruarapuay tiacunaypac
(Canto en el husichacuy)


Pronunciado en la presentación del libro “Cooperación como condición social de aprendizaje” (UOC, 2010) el 03 de mayo de 2011 en el Centre d’Estudis Jurídics i Formació Especialitzada, Barcelona

Una buena mañana en mi pueblo -Mollebamba- ubicado en el ande peruano, a 3 200 metros sobre el nivel del mar, y debatiéndome entre el sueño de la vigilia, descubrí que formaba parte de otra familia. No era la familia habitual, de la que te sabes hijo, hermano, nieto, bisnieto, sobrino o primo, no, esa mañana y al final mi niñez descubrí una membresía social totalmente diferente.

Mi padre que aún no terminaba de enfundarse un serrucho en la cintura ya tenía el matutino plan. Por lo que me decía y sentía me di cuenta de que su propuesta no era circunstancial ni una opción particular, lo que tenía asumido formaba parte de una dinámica de vida que, con toda seguridad, recogió de su padre de la misma forma. ¿En qué consistía esto y que le había llevado a contar conmigo en ese plan?

En el breve desayuno me explicó que teníamos un deber y yo, que seguía arropado en mis sueños, no supe digerir bien el plural de la afirmación, “nosotros… a esa hora era mucha gente”. Pero la realidad terminó de imponerse inmediatamente cuando mi padre me entrego unas herramientas, mi propio serrucho y una fina soguilla, y me endosó una tarea a primera vista peregrina: ir al campo a cortar los palos más rectos y largos posibles que podríamos encontrar.

Así empezó el viaje y así empezó una revelación. Aunque parezca trivial con esos palos  teníamos un compromiso con el crecimiento del pueblo, con el futuro de una nueva familia y, sobre todo, un compromiso con un grupo de trabajo al que pertenecíamos desde que él y yo nos sabemos con nuestro apellido; teníamos –sí, ambos- una tarea grupal típica a la finalización de la cosecha: el techado con paja de una casa, el huasichacuy.

Tras la cosecha en pueblos como el mío la gente se casa, tejen ponchos y mantas, separan las semillas para el siguiente año agrícola, marcan el ganado o construyen casas. Huasi en quechua es casa, y husichacuy es la acción de techar la casa que está pensada como una actividad comunal, no es privada ni privativa, y todo el pueblo –ya sean grandes y pequeños, como decimos- tienen algo que aportar. Esto es, el husichacuy es una fiesta social donde se impone una ética de cooperación.


¿Por qué esto es así? Existe un principio culturalmente asumido en pueblos andinos como el mío, la reciprocidad. Cada miembro de la comunidad está seguro de que, en el eventual caso del techado de su casa, la comunidad entera responderá conjuntamente con la misma intensidad, ya que el trabajo no es correspondido con dinero, sino con el mismo trabajo. “Hoy por ti, mañana por mí”, es la consigna general y, bien visto, no se trata de ayuda, sino de cooperación.

Con esa tradicional consigna estuvimos ambos, padre e hijo, cortando en el campo con otros tantos padres e hijos del pueblo los mejores palos que se atarían en las vigas del techo de la casa nueva y donde, a medio día, se trenzaría la paja para cubrir la casa. Pasado este afán matutino llegamos al galpón que lucía el esqueleto de vigas de eucaliptos por cubrir y descargamos de nuestros hombros nuestro aporte a la causa común. Y fue aquí donde reconocí la identidad grupal con la que participaría en el techado de la casa.

Como las casas de paja tienen dos aguas para soportar las lluvias, el aporte lo puedes hacer solo de dos formas, o bien para techar el lado que cubre la puerta, a cargo de un grupo familiar llamado Chanta, o para techar la espalada de la casa, a cargo de otro grupo de familias denominado Llank’aya.

Chanta y Llank’aya son dos grupos de trabajo delimitados consanguíneamente desde tiempos prehispánicos y casi nadie sabe porque unos apellidos forman parte de cada grupo. Lo que sí está claro es que cada grupo se encarga separadamente de cada una de las dos aguas que conforma el techo. Yo ya no tenía duda, era Chanta por filiación paternal y mi madre, que cuando llegamos estaba trenzando las soguillas de fibra de magüé para coser la paja, era Llank’aya. Ahí estábamos, una familia nuclear metodológicamente divida para trabajar formando parte de un tipo particular de familia extensa. Se trataba de dos grandes grupos de familias aportando lo mejor para una causa común, ahí estaban dos equipos cooperativos.

El techado era una faena de todo el día salpicada de dedicación por no dejar mal al grupo al que pertenecías, total, estaba en juego el honor familiar. Por lo mismo había sutiles y declaradas rivalidades entre miembros de Chanta y Llank’aya que se coevaluaban destacando, en pro o en contra, la calidad de los palos que se habían llevado, la cantidad de paja que había cortado el grupo o la habilidad de fulano o mengano para trenzar la paja.

Recuerdo que había competencia, cómo no. Mis propios padres iban inspirados para dejar recaditos sobre el valor de sus grupos, pero en todos los casos eran comentarios salpicados de picardía para ver que un grupo lo podía hacer mejor que el otro. Por eso era una fiesta, un ejercicio lúdico y social donde nadie dejaba de lado la finalidad, techar una casa para una nueva familia. La eficacia, por ello, era la dignificación del trabajo de cada grupo que era a su vez la de la casa en su conjunto.


Con el tiempo y contaminado de teoría universitaria, supe que esto del husichacuy era un ejemplo más, como tanto otros en la sociedad actual y en otras latitudes, de una acción cooperativa.

En el husichacuy se ponía en práctica una táctica y una estrategia cooperativa y, como tal, era posible identificar las dimensiones que la caracterizaban. Existía una finalidad de acción conjunta que era el techado de la casa, una finalidad clara y constante que articulaba cada acción o aporte. Existían grupos cooperativos con miembros y tareas precisas que se articulaban a un plan de gestión temporal que buscaba la eficacia. En cada grupo se dividía el trabajo según la pericia, edad, condición física o género de sus miembros. Se ponía en práctica la interacción estimuladora, ya sea interna o externa al grupo. Y culminado el techado se evaluaba la tarea final cuando los representantes de ambos grupos, ya dentro de la casa y festejando entre cantos y bebidas, “amarraban” su trabajo conjunto y se la entregaban a los dueños bendiciendo la cruz que debía ir en el lomo de la nueva casa. 

Pues bien, el ejemplo que he descrito –como tantos otros que seguro ahora mismo evocan- confirman que la cooperación no es una quimera, ni un artificio ligero, es el modo en que la sociedad se dinamiza y se reinventa. Como dice F. Savater, “Nadie es sujeto en la soledad y el aislamiento, sino que es sujeto entre sujetos: el sentido de la vida humana no es un monólogo sino que proviene del intercambio de sentidos, de la polifonía coral”.

No obstante en la escuela la cooperación pierde su buen nombre. Lo paradójico es constatar que lo más sustancial de la acción educativa, lo social, es su principal carencia en el perímetro escolar. Muchas de las visiones educativas se fundan en una sola y manida forma de interacción, profesor-estudiantes. Simplemente no aprendemos como vivimos, estamos conectados para todo, menos para aprender ya que en este viaje siempre optamos por estimular el ideal del espíritu solitario. De aquí el talante del libro: identificar que la cooperación entre estudiantes antes de ser metodología o algoritmo didáctico es condición social de aprendizaje, no es una reproducción ni su causa, es una oportunidad para enriquecer nuestras vidas.

Por todo lo dicho, queda en evidencia que buena parte de este libro que esta noche Albert Sangrà, Juan José de Haro y Jesús Matínez han tenido la amabilidad de presentar se empezó a escribir desde esta revelación cooperativa. No fue un acontecimiento escolar, sino un hecho educativo… de aquellos significativos que no te otorgan títulos o grados. Todo el libro es una extensión de esta mirada social y cultural sobre la cooperación que, sin embrago, alberga también la convicción que aprender y cooperar son de un pájaro las dos alas.


Imagen: langatierralinda

23 comentarios:

Unknown dijo...

Excelente narración del significado en forma de cuento de la cooperación o socialización, muy a modo en esto del aprendizaje colaborativo y de las redes sociales, sin duda hay mucho por labrar. Felicidades.

Anónimo dijo...

Me encantó haber estado allí y haberte escuchado leer esta historia. Me emocionó por muchas razones. Agradecida por eso y por vuestra presencia en mi ciudad, y ojalá no sea la última vez que os vea por allí!!! Un beso!!

Pepe dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Unknown dijo...

Hermoso relato Cristóbal! me encantó el parelelismo y la profundidad de la historia y fue un placer conocerte presencialmente con tan gran ocasión.
Abrazos.

Nuria de Salvador dijo...

¡Muchísimas gracias por esta mágnifico relato!

A los 14 años teníamos una profesora de historia maravillosa.

Cada mes un curso adornaba la clase. Cuando le tocó a la nuestra, nos dejaron quedar en el centro adornando el aula, aprovechando que aquella noche había reunión de padres. La idea se nos ocurrió a nosotras, y yo formaba parte del sorprendido "comité" que consiguió el permiso de la madre superiora.

Aunque al principio todas hicimos mucho el tonto, supongo que porque estábamos solas y pensamos que no seríamos capaces de nada bueno, de repente empezamos a trabajar... No lo olvidaré mientras viva, y creo que a muchas de mis compañeras les pasa lo mismo.

Paola Dellepiane dijo...

Felicitaciones una vez más Cristobal. Sin dudas el libro encierra una historia muy especial para ti, y creo que aquí está la esencia de lo escrito.
Un abrazo!

Anónimo dijo...

Cristobal,

Felicidades por la publicación y la presentación del libro con este relato. Me alegro que te sintieras tan bien acogido en la ciudad dónde siempre soys bien recibidos.

Con o sin gorra, abrazos, Jordi Jubany.

Javier Albines dijo...

Muy buen libro y muy buena presentación Cristóbal, Felicidades!!!
Esperamos el siguiente.

eva dijo...

Gracias Cristóbal por rescatar y dar valor a prácticas que a menudo quedan olvidadas, en especial las que se desarrollan en comunidades rurales o entornos marginales. La cooperación en el aprendizaje no es nada nuevo, es una pena que en algunos casos haya que "redescubrirlas".
Me quedo con ganas de haber escuchado la presentación, pero aún más de leer tus comentarios y reflexiones.

Un saludo!

Cristóbal Suárez Guerrero dijo...

Hola Elías, Isabel, Juanmi, Nuria, Paola, Jordi, Javier y Eva... gracias por arropar el libro y por darme otra familia extensa, globalmente extensa.
Con afecto
Cristóbal

Unknown dijo...

¡Enhorabuena Cristobal! por el libro y por el ejemplo de tu vivencia como punto de partida a una necesaria reflexión. Hay mucho que cambiar y mucho por lo que luchar para que la forma de aprender en la escuela se corresponda con la forma de aprender en la vida; algo que debería ser fácil y natural si eliminásemos el muro que con frecuencia construimos entre ambas. Gracias por invitarnos a la reflexión a través de tu historia llena de ternura y emoción. ¡Un gran abrazo!

Administrador dijo...

Felicitaciones Cristobal por tu libro y en general por tus logros alcanzados. Es un orgullo saber que un compañero de estudios y amigo (me considero asi) no olvide sus raices, y más bien sean fuente de inspiración. Nuevamente felicitaciones y a seguir por este camino. Walter Ramón.

Francisco Ignacio Revuelta Domínguez dijo...

Cristobal eres un genio, felicitaciones.... Saludos

Dolors Capdet dijo...

Absolutamente de acuerdo contigo cuando dices "no aprendemos como vivimos, estamos conectados para todo, menos para aprender ya que en este viaje siempre optamos por estimular el ideal del espíritu solitario".

No podria estar mejor explicado.

Sin duda es un libro de lectura obligada.

Graciela Rabajoli dijo...

Los pueblos aborígenes y sus relatos pueden todavía aportar mucho a nuestras reflexiones.
Gracias Cristóbal por introducirnos en ese mundo sabio.
Abrazo y mucho éxito
Graciela

Vladimir Carrión Ramos dijo...

Ese libro es de lectura obligatoria, saludos amigo

Instituto Politécnico Nacional dijo...

No me queda más que felicitarte, ojalá haya oportunidad para conocernos, yo fui estudiante de la maestria en Tecnología de la Educación en el ICE de la Universidad de Salamanca (1990), qué lástima que no me tocaste como docente, me hubieras orientado sobre muchas cosas que ahora estoy apenas aplicando en la educación a distancia y en cursos en línea. Espero adquirir este libro, aunque no se cuánto se vayan a tardar en exportarlo para esta región.

ana dijo...

Me ha encantado tu artículo. Por estos lares podríamos utilizarlo como ejemplo perfecto de un proyecto. Sabes? (sí, sabes) para quienes hemos sido formados en el culto al individualismo, resulta difícil calibrar el valor del aprendizaje cooperativo. Y aquí, porque sí sabes, lo has expuesto y expresado con sabia sencillez. Gracias.
Ana Schmid

Cristóbal Suárez Guerrero dijo...

Hola Elías, Isabel, Juanmi, Nuria, Paola, Jordi, Javier, Eva, Carmen, Walter, Paco, Dolors, Graciela, Vladimir, Ana y la Universidad Politécnica
Todos han sido muy generosos. Me han brindado unos comentarios que tomo como un regalo, un bonito regalo que recojo con cariño.
Espero que el tiempo nos de más razones para seguir comunicándonos y conociéndonos.
Gracias, Cristóbal

Cristóbal Suárez Guerrero dijo...

Muchas gracias amigos

Tomo cada palabra, cada gesto y cada vibración como un precioso regalo que implica, cómo no, el compromiso educativo de saber que "con tu puedo y con mi quiero vamos juntos compañero" (Benedetti).

Un abrazo a tod@s

Cristóbal

Unknown dijo...

Cristóbal:
los pueblos originarios tienen una riqueza enorme. Aun los maestros tenemos que descubrirla!!!
Cuánta razón tenés.
Silvia

Salomé dijo...

Estimado profesor.

Comparto contigo, experiencialmente el sentido de tu frase: "con el tiempo y contaminado de teoría universitaria"... profundo.

Así como cuentas tus vivencias del husichacuy en Mollebamba, como táctica y estrategia cooperativa comunitaria, quiero contar, que en mi ciudad natal, Quito-Ecuador, las personas siguen organizando formas cooperativas para el desarrollo comunitario, de portentoso bagaje andino, quiero decir que es una práctica ancestral que no ha sido ni modificada ni desbancada por el capital, ni las modas importadas, lo llamamos minga o minka.

Gracias a la minga (quechua mink'a), se llevan a cabo procesos cooperativos, sin ánimo de lucro, lúdicos, creativos, recursivos, ecológicos, festivos, en ceremonias seculares e informales, se reforman las escuelas, se pintan las paredes, se arreglan los pupitres, se limpian los barrios, se organiza el cuidado del calles y jardines, para reforestar, se preparan y degustan las comidas, se reúnen recursos de todo tipo, etc. Lo que recuerdo con más intensidad es la alegría de compartir, siendo precisos, la alegría del trabajo cooperativo.

Alguna vez leí que "La América Latina es la esfinge de occidente, enigmática para gentes menos barrocas como los/las europeos y norteamericanos.

No es mi intención hacer apologías latinoamericanas, sin embargo, quiero que sepas que me han emocionado tus palabras, tu historia muy de allá.

Reconozco ese ethos latinoamericano y por eso es enormemente grato tenerte como profesor en estas latitudes europeas, porque a pesar de la academia, la razón y el progreso, aun se respira Andes en lo que dices y en lo que haces, y eso para mí, es digno de reconocimiento y admiración.

Mollebamba es un hermoso lugar, gracias por compartir la foto.

Muchas gracias por todo, profesor.

Cristóbal Suárez Guerrero dijo...

Salomé... simplemente no puedo responderte, es una maravilla, y quiero quedarme con el fondo y la forma de tu mensaje. Gracias!
Cristóbal