30 de junio de 2024

¿Qué esperar de la IA en educación?

 


La Inteligencia Artificial (IA) nos ocupa y preocupa cada vez más, está para quedarse, y ya que viene adquiriendo una presencia clave en el desarrollo personal y social, cabe examinar qué expectativa educativa estamos construyendo con IA, esto es, qué papel tiene la IA es nuestro imaginario tecnoeducativo. Progresivamente, todos los agentes educativos van formándose una idea sobre la IA que, salvando matices, se debaten entre el tecnoptimismo y el tecnopesimismo, nada novedoso, ya que es lo propio en la irrupción de una tecnología tan potente y opaca a la vez, cuya “caja negra” e interés comprometen a un selecto club que condicionan con mucha fuerza la sociedad actual, y futura. Pues bien, mientras se van desvelando las entrañas del sector de la IA y se aclaran –regulan- las reglas de juego, la IA forma parte del debate y la acción educativa. La IA como flamante integrante de nuestro imaginario tecnoeducativo nos dice a que prestarle –o no- atención al momento de educar.

Está claro que la IA se puede emplear para la enseñanza y el aprendizaje, sobre esto hay muchos interesantes intentos por definir habilidades, escenarios, actividades o herramientas. Pero, incluyendo lo anterior, la IA también nos ofrece unas gafas particulares desde donde interpretar y proyectar educación. No solo usamos tecnología, como la IA, sino que interpretamos la realidad desde discursos, marcas, símbolos, actitudes y conocimientos socialmente legitimados que sirven de matriz de cohesión e identidad a grupos, iniciativas o proyectos muy diversos. Todo este bagaje simbólico forma parte de la IA y, claro, también forma parte de la representación educativa con IA. ¿Qué lugar le adjudicamos a la IA en nuestra forma de representar la educación, la educabilidad, la escuela, el aprendizaje, la enseñanza, el currículo, las situaciones de aprendizaje, etc.? La respuesta supone identificar una narrativa sobre la IA, que en el caso de la educación señala, o debería señalar, el lugar que tiene el ser humano.

La idea aquí es hurgar sobre qué papel le damos a la IA en nuestras prioridades educativas, en nuestro imaginario tecnoeducativo.“Menos tiempo para planificar y más para enseñar: así es la IA que facilita la labor de los docentes”, “La empatía, la atención, la verdadera comunicación y el contacto humano nos convierten en irreemplazables”, “Los seis casos de uso de la IA en las aulas que cambiarán la educación durante 2024” o “La IA pone en jaque a la escuela: los padres dudan de ella, pero la usan para ayudar a sus hijos” son ejemplos a la mano, hay muchos, de las narrativas educativas sobre la IA. Todas suponen una visión del papel de la IA en la educación.

Por poner dos casos. No es lo mismo encarar la educación asumiendo que el aprendizaje es una especie de acto reflejo de la tecnología, o que la IA degradará las funciones creativas del estudiantado que la use con frecuencia. El problema de este tipo de narrativas es que ven a la IA en educación como el único factor, la causa detonante, la “bala de plata”, que puede ser capaz de lo mejor o lo peor. La base de este “abuso” conceptual es suponer el determinismo tecnológico. 

Pero siendo más concreto, y admitiendo una evolución de la taxonomía de Bloom en la era de la IA, no cabe duda que la IA se puede estimular habilidades como recordar, comprender, aplicar, analizar, evaluar y crear, pero la diferencia está en saber cuáles de esas habilidades son la cúspide de nuestras expectativas o cuales la base desde donde partir. Como señala White, al momento de representar el poder de la IA en educación hay que estar atentos sobre cómo entronizamos lo complejo del pensamiento, como la creatividad. En los modelos educativos, el aprendizaje de orden superior, como la creatividad, está ubicada en una estrecha cúspide de un triángulo.

Pues bien, ya que los triángulos, como el de la taxonomía de Bloom en la IA, se estrechan progresivamente hacia arriba dejando lo infinito y más amplio, como puede ser la creatividad humana, como un conciso corolario, la idea aquí es invertir la expectativa desde una estrecha base asociada a recordar y que vaya hacia la amplitud de la creatividad, pasando –no mecánicamente, claro- por comprender, aplicar, analizar o evaluar. Aunque se pueda señalar que el diagrama solo ofrece una idea y no es fielmente una ponderación de destrezas, lo que se quiere destacar es que, para bien o mal, implica una forma de hacer visibles nociones sobre lo que se puede esperar con IA en educación y, con ello, parte de su narrativa. El propio White se pregunta ¿qué pasaría si la creatividad no fuera un fragmento finito y puntiagudo, sino un punto de partida hacia un espacio que, por su propia naturaleza, no puede tener límites sino que se abre a posibilidades desconocidas?

No es lo mismo concebir la IA como aliada de lo infinito y como respuesta creativa acabada. El tema, de fondo, es confundir creatividad con las respuestas generadas por IA. La expectativa de creatividad, y otros procesos, como la generación de metáforas o dilemas son productos humanos que no tienen que ver con las respuestas conocidas sin novedad de la IA, pero estos productos de IA pueden ser sus puntos de partida. Por ello, habría que invertir el triángulo, dando más amplitud y atención a la creatividad humana que, apoyándose en los productos de la IA, pueda abrirse a respuesta inéditas. Además, con esta expectativa de amplitud de la creatividad humana, se podría mitigar el miedo acumulado sobre la IA en educación ya que podríamos enfocarnos en ver que por más “inteligente” que sea la IA, ésta sigue siendo una respuesta refleja no reflexiva… esto es, “la IA no sabrá pensar por ti”.

Pues bien, en nuestras narrativas educativas sobre IA vale la pena ampliar la expectativa de la creatividad humana como cúspide.


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